viernes, 24 de junio de 2011

La (cada vez más) insoportable levedad del ser


En su momento no entendí como Teresa podía acostarse con otro hombre para entender lo que sentía por Tomás, inocente de mí. A mis inexpertos ojos el amor era un sentimiento único, homogéneo, carente de contradicciones y dudas. Una personas no podía sentir algo por otra si no era ese deseo irrefrenable de entregarse en cuerpo y alma, sin cuestionarse el tiempo ni las consecuencias.

Pero el tiempo pasa y las experiencias nos moldean, aprendemos y comprendemos. Y cuando tiramos fuerte de la tirita de la primera herida que nos deja el desamor, encontramos bajo nuestra cicatrizada piel un complejo laberinto de emociones.

Comprendí que el alma y el cuerpo se pueden entregar por separado, aunque resulte inmensamente más satisfactorio hacerlo en conjunto. Que el amor no lo puede todo y que muy pocos están dispuestos a luchar por él. Que en ocasiones sólo se busca un chute de endorfinas y los besos no son más que una carta de presentación.

Y que a pesar de compartir sábanas con una gran número de mujeres, Tomás nunca dejó de amar a Teresa. Porque podemos elegir a quien entregamos nuestro cuerpo, pero para bien o para mal, no está al alcance de nuestra conciencia elegir de quien nos enamoramos.

2 comentarios:

  1. El siguiente paso supongo que será dejar de esperar que una persona pueda cubrir todas las necesidades de otra.

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  2. Muy grande, saucisse

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