lunes, 4 de abril de 2011

Como polillas a la luz.



Fobias y filias, cada uno tiene las suyas. Ya sea tener las perchas con el gancho hacia el mismo lado, la nevera ordenada por colores o la forma de poner el papel higiénico; pero nadie se salva. Y el tema de las relaciones interpersonales no podría ser menos.
Yo tengo una (para)filia, lo reconozco, aunque no me gusta catalogarla así porque me parece pedante. Prefiero llamarla abiertamente “una tendencia recurrente”, supongo que para evitar sumarlo a otros temas a tratar con mi futuro psicoanalista, ya que además es preocupantemente bilateral; y es que soy ese cliché de mujer a la que le gustan los artistas (pintores, músicos, escultores, diseñadores gráficos, fotógrafos, etc -les tengo una alergia irracional a los poetas-) y que le gusta a los artistas por razones que escapan a mi entendimiento.
Me siento irremediablemente atraída como una polilla a la luz, supongo que esperando que detrás de esa creatividad haya una persona hecha a mi medida: así me sube la líbido automáticamente con los que (además) cumplen el tópico de moreno y calladito, hasta el punto en el que el límite entre el amor por su obra o el gusto por su persona se vuelve difuso; y su hambre de je ne sais quoi se materializa en mis apellidos, aunque esto último sólo ocurre a veces.

No recuerdo cuándo fue exactamente el momento en el que decidí que iba a ser algo que me perseguiría toda la vida, pero sí que recuerdo la primera vez que me acosté con uno, y desde luego no sólo no fue para repetir, sino que más bien se convirtió en un anécdota traumática que me hizo aprender que las personas más detestables pueden tener una sensibilidad extrema para las artes.
El segundo que apareció en mi vida fue un bajista. Gran músico, mejor persona, increíble amante y prioridades distintas. Después de casi dos años viéndonos, decidí que los músicos entraban en mi lista negra junto con los casados y los autónomos. Todos tienen el mismo problema: falta de tiempo.

Después vino el escultor. Sexualmente era como ser parte de una canción de Radiohead, y no he conocido a nadie que supiera tocar de esa manera tan intensa que te llegaba al alma. Era tan pasional, que cuando se le atascaba la inspiración lo destruía todo, incluída la paciencia y la energía de cualquiera que le rodeara. Así que volví a irme, buscando algo más calmado o al menos, menos irascible.

Un diseñador gráfico realmente erótico, un mago de la oratoria, un cómico cargante, un filosófo con verborrea... Así podría seguir hasta escribir un libro de 1000 páginas de cuelgues insanos y efímeros (a veces correspondidos, otros no tanto), que me han llevado a coleccionar litografías, libros, poemas, y figuras.

¿Esto a qué viene? Se preguntarán algunos. Y es que me veo un lunes buscando el nombre del "nuevo" en cuestión en google, y después de siete páginas de enlaces de otros blogs, páginas de otros artistas, plataformas varias, etc, me doy cuenta de que ese chico no es sólo otro chico con patillas que tiene una obra atractiva (la cual respeto desde que la conocí hace lustros), sino que desde hace años se le cataloga de genio. Siento vértigo, me gusta la genialidad, y nunca la he poseído aunque fuera por un instante.
"De buscarse la ruina y otras neurosis", debería llamarse este post.

[Imagen: Ibai Acevedo]

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